El sexo forma parte de nuestra vida y del desarrollo natural del ser humano, un derecho innegable de cada individuo. Es una experiencia emocional y física propia y de los demás.
Las respuestas sexuales de cada individuo son diferentes, pues nos mueven factores sociales, mentales, educativos y religiosos. No hay un canon establecido en el que se ajuste un patrón usual, pues varían según las circunstancias de cada persona.
Los tabúes, las represiones, la influencia y manipulación de ideologías religiosas… han hecho mella en las distintas sociedades de nuestra historia en cuanto a la liberación sexual en el plano físico y mental.
Se aplicaba de forma arbitraria una etiqueta negativa (e incluso castigaba) a personas con conductas más “liberales” en el plano sexual.
Es cierto que ciertas pautas sexuales sobrepasan el límite de legal y moral y, por tanto, deben ser penalizadas. Sin embargo, la dura represión ante el simple deseo sexual se etiquetaba como algo negativo, mordaz e incluso enfermizo.
El sexo es algo bueno siempre y cuando respete la moralidad y la legalidad de todos y cada uno de los individuos. En muchas personas se evidencian problemas psicológicos y físicos ante los sentimientos fundados por la represión, la ideología o la cultura. Está demostrado que en las familias y sociedades en las que se sostienen las actividades sexuales como parte intrínseca propia facilitan y favorecen el desarrollo personal de las personas.
El sexo es uno de los negocios más fructíferos y con una extensa carrera a lo largo de la historia y, pese a la sacudida de la crisis, está aún presente en nuestra sociedad. El mercado del sexo es uno de los temas más estudiados tanto por economistas, sociólogos, psicólogos y publicistas. El sexo es una materia de investigación tanto por la oferta como la demanda así como la metodología y el comportamiento de la sociedad con el sexo.
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