
Lo increíble del Imperio español no fue que se derrumbara, eso ocurrió con otros imperios a lo largo de la historia, sino que sobrevivió casi milagrosamente durante mucho tiempo.
Empezó a derrumbarse antes de estar plenamente desarrollada, y cuando finalmente se hundió a principios del siglo XX, tardó al menos tres siglos en recuperarse. Conocer la expansión y caída del imperio español es fundamental para conocer más sobre la historia del país.
Los inicios del imperio español
El Imperio español surgió de las cenizas, con agrupaciones de ciudades, del Imperio romano. Se formó para sustituir a la incontrolable consolidación y desintegración de alianzas familiares que tuvieron lugar en Europa Occidental durante siglos tras la caída de Roma.
El descubrimiento de América siguiendo los pasos de Marco Polo fue un feliz hallazgo. En una época de gran expansión demográfica y comercial, Europa necesitaba metales preciosos como el oro y la plata, y no fue casualidad que los portugueses planearan extraer oro en el Golfo de Guinea para satisfacer esta necesidad urgente.
El oro, la plata y otros metales preciosos, así como las riquezas traídas por los aztecas y los incas, y conquistadas por Hernán Cortés en 1519-1521 y Francisco Pizarro en 1531-1533 a través de Lisboa, Sevilla y Amberes, sacudieron profundamente el tablero geopolítico del antiguo continente.
A finales del siglo XVI, en Europa circulaban casi el doble de metales preciosos que antes del descubrimiento de América, y hasta cuatro veces más plata. La mayor parte de la riqueza se concentró en España y Portugal, pero se redistribuyó por todo el continente a medida que aumentaban las importaciones.
El principio y el final del imperio
La batalla de Rocroi en 1643, a pesar de su importancia militar, marcó el comienzo de un declive que duraría casi trescientos años. Dado que la Guerra de los Treinta Años, entre 1618 y 1648, dio inicio del declive del Imperio español, seguramente es injusto conceder tanta importancia a esta derrota.
No es exagerado decir que fue una guerra mundial caracterizada por una brutalidad extrema, con violaciones, amputaciones, saqueos, torturas, con 8 millones de muertos y pérdidas económicas muy elevadas.
Tras la guerra, la Paz de Westfalia, firmada en 1648, estableció un nuevo orden geopolítico en el que Francia se convirtió en la potencia dominante y el Sacro Imperio Romano Germánico en un símbolo con los príncipes del Imperio obteniendo la soberanía y libertad religiosa en virtud de las concesiones hechas en el Tratado de Augsburgo de 1555.
El Imperio español queda definitivamente abolido, en virtud del Tratado de Iberia de 1659, aunque el contencioso entre Francia y España se prolonga durante muchos años, Rosellón y Alta Herenda se anexionan a Francia y las Provincias Unidas o los Países Bajos obtienen la independencia.
El final de la decadencia imperial a principios del siglo XVIII, tras la Guerra de Sucesión española, entre 1700 y 1715, y el Tratado de Utrecht en 1713, confirmó un nuevo cambio en el tablero geopolítico. Gran Bretaña conquistó los océanos y Europa entró en un equilibrio de poder que no incluía a España.
Causas del declive
A partir de mediados del siglo XVII, el Imperio español pasó de ser una indiscutible potencia económica y militar mundial a un país sumido en la pobreza y la marginación social.
Esta situación se hizo irreversible en el siglo XVIII, cuando los restos del imperio se vieron tan abrumados por las contradicciones del pasado que ya no pudieron sostenerse.
Una de las principales causas fueron las guerras, los gastos coloniales y la corrupción que provocaron constantes crisis económicas, con el Imperio quebrando tres veces en el siglo XVI y cinco en el XVII.
En segundo lugar, la política matrimonial austriaca, inicialmente exitosa, resultó más tarde perjudicial, dejando al último austriaco Carlos II como un hombre de extrema debilidad física y mental, con una cara alargada, una barbilla prominente y un matrimonio excesivamente introvertido. Una imagen tan cruel como acorde con el imperio de la época.
En tercer lugar, el apego imperialista al cristianismo y a la Iglesia católica provocó grandes privaciones económicas, culturales y sociales. Esto provocó la aparición de los valdenses en el siglo XVI bajo el dominio de los pequeños Habsburgo, que nunca lograron establecer un territorio sólido y unificado.
El absolutismo no resolvió los problemas económicos, religiosos y territoriales, sino que los agravó. Esto fue tan evidente en el siglo XIX que amenazó con derrumbarse por completo en cuestión de minutos.
No fue hasta 1898 cuando se produjo el derrumbe, y lejos de ser un punto de inflexión, sentó las bases del desastroso desarrollo de España en el siglo XX.
En quinto y último lugar, el fracaso estructural de un imperio poderoso y una estructura estatal marginada y modesta se reflejó en las tensiones territoriales que dividieron al imperio en su nacimiento, lo dividieron en su madurez y casi lo paralizaron en su declive.
Sin duda alguna, la historia sobre la expansión y la caída del imperio español resulta muy interesante, por lo que vale la pena conocerla para aprender más sobre el país.
Carlos V fue el primero en reconocer este peligroso problema, que le llevó a dividir el Imperio, ya que un territorio tan fragmentado era ingobernable.
Durante la Guerra de los Treinta Años (conflicto armado en el que participó el Imperio), Cataluña se rebeló y durante el ocaso español de principios del siglo XVIII (en Barcelona en 1705), el Archiduque Carlos V fue proclamado Rey de España, aunque la aventura catalana acabó en fracaso y fue decisiva, quizá el último clavo en el ataúd del Imperio.